Daniel Montalva, Decano Facultad de Derecho Universidad de Las Américas

Hace algunos días conocimos el primer caso de desinformación electoral propagado masivamente en redes sociales de este período de campaña –claramente no será el último-, relativo a una supuesta enfermedad cognitiva que haría que una candidata a la presidencia no sea apta para dirigir el futuro del país. Esto ha llevado, con justa razón, a que diversos actores del espectro político boguen por una mayor regulación de las redes sociales y de la inteligencia artificial.

Normar la adopción de nuevas tecnologías, así como preparase para las que vendrán, es una necesidad compartida. Por esto, son valoradas de manera transversal iniciativas como la Ley de Protección de Datos y el proyecto que busca regular la implementación de la inteligencia artificial que se encuentra actualmente en tramitación en el Congreso.

Sin embargo, regular las nuevas tecnologías no es la bala de plata que muchos piensan. Principalmente por dos razones, la primera es que la realidad avanza mucho más rápido que la legislación, por lo que cualquier nueva regulación siempre estará varios pasos más atrás. Y la segunda, es que la desinformación no nació con las nuevas tecnologías, simplemente se benefician de estas para difundirse de manera más rápida.

Ya en la época romana, Octavio utilizó la desinformación para desacreditar a Marco Antonio. Siglos después, la imprenta -la nueva tecnología de la época-, democratizó la información, pero también permitió difundir de manera más eficiente diversos tipos de mentiras.

Cuando más se ha usado la desinformación es en las épocas de guerra, por un lado, para reforzar el patriotismo, como también para demonizar al adversario. Así, hay claros ejemplos de esto en la Primera y Segunda Guerra Mundial, como “la fábrica de las mentiras” de los ingleses o la propaganda Nazi, siendo su máximo exponente Joseph Goebbles. También la desinformación se utilizó en la Guerra Fría, de Vietnam y de Irak. Tenemos además casos accidentales de desinformación como el de la radionovela “La Guerra de Los Mundos” de Orson Welles.

Para regular las nuevas tecnologías se debe partir de la base de reconocer que nunca podrá eliminarse la desinformación. Por esto, deben buscarse medidas de mediano a largo plazo que permitan tener ciudadanos más y mejor informados, contar con un compromiso transversal de los líderes políticos y de opinión con la verdad, que impulsen y fomenten la verificación de hechos, y por supuesto, la alfabetización mediática especialmente de las nuevas generaciones.

Lamentablemente parece ya ser tarde para lograr la regulación de las nuevas tecnologías para estas elecciones, pero esperemos que para las próximas sí lo logremos.

 

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