Por Marielys Navarro, CEO de Edumokia School

Cada mañana en las aulas de Chile miles de estudiantes se enfrentan a desafíos emocionales invisibles: ansiedad antes de una prueba, frustración tras un conflicto en el recreo o la tristeza por una pérdida que no saben cómo expresar. Sin embargo, pocos han aprendido qué hacer con esas emociones.

Nuestra educación tradicional ha dejado de lado la formación emocional, confiando en que niños y adolescentes “aprendan por sí solos” a manejar sus sentimientos. Esta ausencia de mecanismos formativos adecuados en el desarrollo emocional tiene consecuencias profundas en la salud mental de las nuevas generaciones.

A diferencia de países como España, que incorporaron la educación emocional al currículo escolar, en Chile aún no existe una asignatura ni programa obligatorio de alfabetización emocional. Recién en 2019 se presentó un proyecto de ley para exigir su integración en todos los colegios, iniciativa que sigue en trámite. En la práctica, la formación socioemocional depende más del entusiasmo individual de algunos docentes que de una política de Estado.

Estudios recientes revelan que los niños, niñas y adolescentes chilenos presentan una de las peores salud mental del mundo. Un 25% de los menores de 6 años en Chile sufre problemas como déficit atencional o hiperactividad (la media global es 15%), y entre 12% y 16% de nuestros menores padecen ansiedad o depresión (frente al 5% mundial). 

De 2021 a 2022, Chile experimentó un aumento de 37% en la tasa de suicidio juvenil. En 2023, la Defensoría de la Niñez detectó que 52,9% de los estudiantes de enseñanza media en sectores de Santiago presentaba al menos un trastorno de salud mental.

Luego en 2024, 57 menores entre 10 y 17 años fallecieron por lesiones autoinfligidas. Detrás de esos números hay jóvenes que no supieron pedir ayuda ni encontraron espacios seguros para expresar su angustia.

A la vez, las situaciones de violencia y conflicto escolar van en aumento. En lo que va de 2025, se han registrado casi 8.000 denuncias por maltrato a estudiantes. Un 70% de los alumnos entre 5° básico y 4° medio declara haber sido víctima de comentarios ofensivos o agresiones que les hicieron sentir mal.

Frente a este diagnóstico, urge concebir la salud mental como una materia que también se aprende. Igual que enseñamos a leer y escribir, debemos enseñar a reconocer, expresar y regular las emociones, así como a desarrollar resiliencia y empatía. A este proceso lo llamamos alfabetización emocional.

Organismos como la UNESCO insisten en que estas habilidades pueden y deben enseñarse en la escuela. Los beneficios son múltiples: mejor convivencia, menor violencia, menos deserción, mejor rendimiento y mayor bienestar.

En Chile aún estamos a tiempo de avanzar en esta dirección. Desde Edumokia hemos impulsado una innovación tecnológica que permite monitorear el clima emocional de las escuelas, detectar riesgos y facilitar intervenciones oportunas.

La alfabetización emocional no es un lujo. Es una herramienta concreta para construir un sistema educativo más humano y resiliente. Si de verdad queremos cuidar a nuestras niñas, niños y jóvenes, debemos enseñarles también a cuidar de sí mismos. La salud mental también se aprende. Y esa lección no puede seguir esperando.

FUENTES:

bcn.cl

bcn.cl 

defensorianinez.cl

elmostrador.cl

unesco.org

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