• Mientras en Chile miles de estudiantes se preparan para rendir la PAES, al otro lado del mundo, China ha vivido una escena digna de una distopía tecnológica: sus principales plataformas de inteligencia artificial suspendieron temporalmente funciones como el reconocimiento de imágenes y texto durante los días del “gaokao”, el equivalente chino a nuestra Prueba de Acceso a la Educación Superior. ¿La razón? evitar el fraude académico asistido por esta tecnología.

En un país donde millones de jóvenes se juegan el futuro en un solo examen, el gobierno y las empresas tecnológicas optaron por un apagón digital antes que arriesgar la legitimidad del proceso. Se implementaron sistemas de video-vigilancia potenciados por IA para detectar comportamientos sospechosos; se reforzaron los controles con identificación biométrica y bloqueadores de señal en los centros de examen. Todo esto para proteger la equidad de una prueba que puede definir el destino académico, laboral y social de una persona.

En Europa, la postura ha sido más equilibrada. En España, por ejemplo, herramientas como Selectividad IA permiten a los estudiantes generar ensayos, recibir retroalimentación instantánea y crear planes de estudio personalizados en su preparación para la PAU (Prueba de Acceso a la Universidad). Allí, la inteligencia artificial se concibe como un complemento educativo, un asistente pedagógico que potencia la preparación individual, más que una amenaza a la integridad académica.

En el caso chileno, la PAES ha significado un avance respecto a la antigua PSU, con un modelo que busca evaluar habilidades más allá de la simple memorización. Pero cabe preguntarse: ¿estamos integrando de manera clara y ética el uso de la IA en nuestras políticas educativas? ¿deberíamos incentivar o restringir el uso de herramientas como ChatGPT cuando los estudiantes las utilizan para prepararse? o ¿estamos realmente abiertos a nuevas formas de aprender, o seguimos aferrados a métodos tradicionales?

Las experiencias internacionales muestran que el debate no debe centrarse en prohibir la inteligencia artificial, sino en aprender a convivir con ella de forma responsable. Las recomendaciones de la UNESCO son claras: la IA debe complementar, no reemplazar, el juicio humano en los procesos educativos. Entonces, se hace urgente diseñar políticas que promuevan la ética digital, el pensamiento crítico y la alfabetización tecnológica desde la enseñanza media.

Así como enseñamos a citar fuentes y evitar el plagio, también deberíamos enseñar a utilizar esta herramienta como una alternativa legítima y creativa para el aprendizaje. Pero, al mismo tiempo, preparar nuestros sistemas de evaluación para los desafíos que ello implica.

Las habilidades que hoy demanda el mundo profesional están íntimamente ligadas al uso estratégico de la información, la resolución de problemas, la creatividad y la colaboración. Por eso, cabe una última pregunta: ¿no es acaso un contrasentido evaluar con criterios del siglo XX a estudiantes que aprenden y piensan con herramientas del XXI?

Chile tiene hoy la oportunidad de observar lo que ocurre en China y España, no para copiar, sino para anticiparse. La inteligencia artificial ya está presente en nuestras aulas y bibliotecas, y tarde o temprano —si no es que ya ocurre— llegará también a nuestras salas de examen. La cuestión no es si debemos permitir su uso, sino cómo vamos a prepararnos para convivir con ella sin sacrificar la equidad, la transparencia ni el desarrollo integral de nuestros estudiantes.

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Equipo Prensa
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