Cada vez más colegios en Chile están dejando atrás premios y castigos para adoptar una educación basada en el respeto y la motivación interna. “No buscamos que los niños obedezcan por miedo o por una estrella, sino que comprendan, elijan y actúen desde la responsabilidad y la empatía”, explica Paulina Bobadilla, guía Montessori y directora de Casa de los Niños del Colegio Epullay.
“Cuando los niños son tratados con respeto, florecen”. Con esa frase, Paulina Bobadilla, Guía y Directora de Casa de los Niños del Colegio Epullay, referente en la educación Montessori a nivel nacional, resume el corazón de un enfoque que está ganando terreno en Chile: educar sin premios ni castigos.
Aunque para muchos padres puede sonar desafiante, esta práctica se basa en una filosofía con más de un siglo de historia, fundada por la médica y educadora italiana María Montessori. Su propuesta: confiar en la capacidad natural de los niños para aprender, autorregularse y convivir en armonía, sin recurrir a recompensas externas ni sanciones.
Motivación interna y desarrollo integral
“El método Montessori entiende que los niños aprenden mejor cuando están motivados internamente, no por la expectativa de una estrella dorada ni el temor a una reprimenda”, explica Bobadilla. “El objetivo no es que obedezcan por miedo, sino que comprendan, reflexionen y actúen con autonomía”.
Esta perspectiva no implica permisividad, sino una forma distinta de establecer límites. Desde el aula Montessori, la guía acompaña al niño a comprender las consecuencias naturales de sus acciones, en lugar de imponer castigos artificiales.
Los beneficios son visibles: mayor autoestima, autorregulación emocional y un fuerte sentido de responsabilidad. “Cuando un niño rompe un material, no lo castigamos. Lo acompañamos a entender lo que pasó y a buscar una solución. Así aprende desde la experiencia, no desde la culpa”, agrega.
Disciplina positiva: firmeza con empatía
En lugar de un sistema de premios o castigos, en las aulas Montessori se cultiva la disciplina positiva, una herramienta pedagógica basada en el respeto mutuo, la conexión emocional y la contención.
“La libertad va de la mano con la responsabilidad. El niño puede moverse, explorar y elegir, siempre que respete al otro y al ambiente”, dice Bobadilla. Los adultos no imponen normas arbitrarias, sino que modelan con coherencia: no gritan, no humillan, intervienen con calma y claridad cuando es necesario.
“El ambiente preparado también enseña. Todo tiene un propósito, un orden, una lógica que los niños comprenden y respetan. Eso les da seguridad y estructura”, destaca.
Transformaciones reales en el aula
El cambio es profundo y observable. En los salones de Casa de los Niños, la convivencia es más armónica, los conflictos se resuelven con diálogo y los aprendizajes nacen del interés propio.
“Vemos niños que eligen repetir una actividad no por una recompensa, sino porque se sienten orgullosos de entender algo nuevo. O que saben pedir disculpas y resolver desacuerdos con empatía”, cuenta Bobadilla.
También se observa una mayor disposición al error como parte natural del proceso de aprendizaje. “Cuando no hay miedo a equivocarse, los niños se atreven a explorar, a opinar, a construir conocimiento real”, añade.
Un mensaje para las familias
A quienes aún dudan de esta forma de educar, Paulina Bobadilla les dice: “Educar sin premios ni castigos no significa dejar a los niños sin guía. Significa confiar en ellos, acompañarlos con respeto y ayudarlos a construir herramientas internas para la vida”.
Y concluye: “No buscamos resultados inmediatos, sino sembrar raíces profundas. Queremos formar seres humanos autónomos, empáticos y conscientes. Cuando educamos desde el respeto, no sólo cambiamos la forma de aprender: cambiamos la forma de vivir”.
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