A días de las elecciones presidenciales, el país se llena de ruido: declaraciones, promesas y jingles que suenan a todo y a nada. Pero en medio de ese estruendo, hay algo que también domina el escenario: la evasión. No hablamos de sonidos entre dientes, sino de ese arte calculado de responder, sin decir mucho. En política, evadir una pregunta no es huir del tema, es dominarlo. Los giros discursivos no son lapsus ni descuidos, son fintas preparadas para que el entrevistado salga ileso y el periodista se resigne al vacío.
El lenguaje construye y destruye realidades, y en ese contexto, cada palabra del candidato tiene un costo, cada afirmación o negación de los hechos puede transformarse en titular, ataque o meme, fenómenos que deben evitarse a toda costa. Por eso, el político profesional aprende que no hablar de más es tan importante como saber hablar. La respuesta directa es un lujo que rara vez se permiten. La finta verbal, en cambio, es una herramienta de supervivencia.
Quienes aspiran al poder, por definición, eluden definiciones directas, porque con ello administran mejor el riesgo. Sus discursos no buscan informar, sino sostener el control de la narrativa. Una respuesta precisa deja huella, fija una posición y permite ser desmentida eventualmente con facilidad; en cambio, una respuesta ambigua deja margen, y en ese espacio se puede seguir maniobrando. Por eso, cada entrevista es menos un diálogo que una batalla por definir el “encuadre” de la conversación.
En comunicación política no existe la lógica “pregunta-respuesta”, sino “marco-narrativa”. Aceptar la pregunta del periodista es aceptar su marco, y por tanto, perder antes de comenzar. De ahí surge el arte del “bridging” o “puenteo”. Definido por el británico Peter Bull, psicólogo especializado en análisis del discurso político, como una de las formas más comunes de evasión estratégica en entrevistas, y que tiene por fin, transformar una pregunta incómoda en una oportunidad para situar los mensajes propios.
Entrevistador: ¿Va a reconocer su error en su declaración pasada?
Entrevistado: No se trata de errores, sino de aprendizaje. Hoy estamos clarísimos en esto.
No responde, pero parece hacerlo. Y eso, en política, es oro retórico.
Desde la televisión en los años sesenta, probablemente con Kennedy y Nixon hasta el “Yes, we can” de Obama o el “Make America Great Again” de Trump, el discurso político se acerca más al espectáculo que a la sobriedad sin afectaciones. Lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se dice, y por supuesto, cómo luce lo dicho. La aseveración sin esquives tiene mucho que perder.
Reconocer matices equivale a entregar poder. En una era donde el debate público se volvió guerra simbólica, la duda es pecado y la rectificación muerte súbita. Los asesores lo saben: “no respondas si no puedes ganar”. Así nace la disciplina del amague, del rodeo, ese lenguaje donde se quiere decir todo, sin decir nada.Los políticos no evaden por descuido, sino por diseño, porque en la política contemporánea no gana quien responde mejor, sino quien coloca sobre la mesa de la audiencia su agenda; y es que en un mundo donde cada palabra puede convertirse en arma, la habilidad de explicarse sin querer hacerlo de verdad, es la última forma de poder.





















