El divorcio es un acontecimiento profundamente significativo en la vida familiar, ya que conlleva una reestructuración emocional, social y relacional. Supone tiempo, disposición y, sobre todo, un pensamiento colectivo de bienestar.

Entenderlo como una oportunidad y no como un fracaso resulta esencial para avanzar en la reconstrucción de la identidad familiar. Este proceso puede vivirse desde el sufrimiento o desde el aprendizaje, dependiendo de cómo se integre.

Entre los principales desafíos que surgen tras una separación, destaca la coparentalidad funcional, que requiere establecer acuerdos y una comunicación asertiva que permita consolidar una nueva forma de familia, capaz de contribuir al desarrollo y bienestar emocional de los hijos e hijas.

En la esfera social, es importante considerar que las redes de apoyo pueden fragmentarse. En ocasiones, amigos o familiares toman partido por uno de los miembros de la pareja, generando mayor conflicto que ayuda.

El escenario se vuelve más complejo cuando la causa de la ruptura es la violencia intrafamiliar, que deja huellas visibles e invisibles en los integrantes del sistema familiar. En estos casos, es fundamental reparar el daño, proceso que requiere de acompañamiento profesional.

El divorcio ya no es un tema tabú, ya no se esconde como en décadas anteriores; por lo mismo, es importante ampliar la mirada hacia el aprendizaje y dejar atrás la vergüenza y la culpa. 

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Equipo Prensa
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