Por Ricardo Castro, Country Manager de Berlitz Chile

El mundo dejó hace rato de ser un mapa lejano colgado en la pared. Hoy cabe en la pantalla del celular, se recorre con un clic y se conquista con un buen nivel de inglés. Viajar, estudiar o trabajar fuera del país ya no pertenece al terreno del sueño improbable: se ha convertido en una meta alcanzable para miles de jóvenes chilenos que buscan algo más que un buen currículum. Buscan experiencias que los transformen.

Y para eso, dominar un segundo idioma se volvió clave. En Berlitz Chile lo hemos visto con claridad: durante el último año, las matrículas de estudiantes entre 18 y 35 años crecieron un 30%, y el 95% de ellos elige el inglés como su pasaporte lingüístico. No es coincidencia. Es una tendencia cultural que habla de generaciones que quieren salir al mundo con autonomía, sin depender de subtítulos ni traductores improvisados.

Los Working Holiday son uno de los motores de esta ola. Australia, Nueva Zelanda, Irlanda o Canadá dejaron de ser imágenes de postal para convertirse en destinos laborales concretos. Hablar inglés antes de postular no sólo aumenta las posibilidades de ser aceptado, también permite acceder a mejores empleos y adaptarse con mayor rapidez a la vida local. El idioma deja de ser un requisito para convertirse en la llave que abre la experiencia completa.

Lo mismo ocurre con otro fenómeno que gana fuerza: trabajar en cruceros internacionales. Recorrer el planeta mientras se construye una carrera en hotelería o entretención seduce a jóvenes que no quieren esperar al “después” para vivir. Pero ahí también el inglés es indispensable. No como una habilidad técnica, sino como una herramienta para protagonizar la aventura y no mirarla desde la orilla.

Esta motivación trasciende lo laboral. Responde a un cambio generacional profundo. Los jóvenes chilenos crecieron con acceso irrestricto a información global, a referentes de distintos países, a comunidades que se forman más allá de las fronteras físicas. Para ellos, aprender inglés es una forma de pertenecer al mundo que observan y admiran a diario. Una decisión de libertad personal y profesional.

El aprendizaje también se adapta a este ritmo. La flexibilidad es hoy fundamental: clases presenciales, online o híbridas permiten compatibilizar el estudio con la universidad o el trabajo. Y el enfoque comunicativo pone al estudiante en el centro desde la primera clase, invitándolo a pensar y vivir en otro idioma, no solo a memorizarlo.

Hablar inglés ya no es un diferencial, es el estándar de un país que quiere ser parte de la economía digital, del turismo global, de la innovación tecnológica. Y la generación joven lo entendió antes que nadie: si el mundo está ahí afuera, hay que estar preparado para conversarlo.

En tiempos en que las oportunidades se miden en kilómetros y clics, el inglés se ha convertido en ese pequeño gran impulso que permite cruzar fronteras geográficas y mentales. Porque viajar no es sólo cambiar de paisaje. Es cambiar de perspectiva. Y para eso, hablar el idioma marca toda la diferencia.

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