Cecilia Paredes Directora Magíster en Sustentabilidad de Recursos Naturales y Medio Ambiente Universidad de Las Américas

 

Durante años la tasa de reciclaje se ha presentado como un indicador clave de avance ambiental. Mientras más toneladas de residuos se recuperan, mejor parece el desempeño de un país o de una empresa. Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿basta con reciclar para hablar de sustentabilidad?

El reciclaje es necesario, pero también insuficiente. Se sitúa al final de la cadena de decisiones, cuando el producto ya cumplió su vida útil y apenas queda rescatar parte de sus materiales. Como subraya la Fundación Ellen MacArthur, pionera en economía circular, el reciclaje debe entenderse como el último recurso dentro de la jerarquía circular. En otras palabras, “reciclar es lo mínimo que podemos hacer, no lo máximo”.

De ahí la importancia de avanzar hacia la circularidad. Su tasa mide cuánto de lo que se consume proviene de ciclos ya existentes —productos que no son nuevos, sino que han sido mantenidos en uso mediante la reutilización, la reparación, la renovación, la remanufactura o el reciclaje—. A diferencia de la tasa de reciclaje, centrada en el destino final de los desechos, la circularidad evalúa la capacidad de impedir que los productos se transformen en basura desde un inicio.

Esa mirada no es abstracta, sino que se expresa en una jerarquía clara: reutilizar, reparar, renovar, remanufacturar y, recién al final, reciclar. Cada paso previo prolonga la vida útil de los bienes y conserva mejor el valor de los recursos invertidos. No se trata únicamente de reducir emisiones o consumo de materias primas, sino de cuestionar un modelo económico lineal basado en producir, usar y desechar.

Avanzar hacia la circularidad exige políticas públicas que incentiven el diseño de productos duraderos y reparables. También requiere empresas que adopten modelos de negocio basados en servicios más que en ventas. Y, por supuesto, marcos de compromiso como la Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que obliga a fabricantes e importadores a hacerse cargo de sus productos incluso al final de la vida útil. Pero la circularidad también interpela a las personas, que pueden contribuir con decisiones cotidianas: reparar antes que desechar, compartir antes que acumular y consumir de manera consciente, no impulsiva.

Medir solo el reciclaje puede dar la ilusión de progreso, cuando en realidad el desafío es más profundo: cambiar la forma en que concebimos los bienes y nuestra relación con la naturaleza. Reciclar sigue siendo importante, pero no puede ser el horizonte de la sustentabilidad. El verdadero reto es avanzar hacia la circularidad, porque solo así se conserva lo más valioso: los recursos, la energía y el tiempo que sostienen nuestra vida en común.

 

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