Olga Cuadros Jiménez
Centro de Investigación para la Transformación Socioeducativa CITSE
Universidad Católica Silva Henríquez
En la semana de la salud mental es de especial consideración recordar algunos datos relevantes que se han presentado como evidencia sobre la Salud Mental Escolar en Chile durante los últimos cinco años. Algunas de estas evidencias han sido de hecho recogidas en discusiones de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputadas y Diputados para la toma de decisiones estratégicas en materia de política pública, vinculada a la mejora de la convivencia educativa y salud mental en el país.
Al respecto se describe que más de un tercio de la población infanto-juvenil (4 a 18 años) presenta algún trastorno psiquiátrico en un período de 12 meses. Y, aunque aún falta mayor cantidad y cobertura de datos específicos sobre la contribución de los conflictos emocionales experimentados en el aula, esto no resta importancia al hecho de que el ambiente escolar es un factor reconocido ampliamente como influyente para el desarrollo socioemocional de los alumnos. Además, hay una percepción generalizada y creciente de un deterioro en la salud mental estudiantil, que sugiere que los conflictos emocionales en el aula, entre otros factores, podrían estar contribuyendo a este problema de manera significativa.
Frente a ello, quisiera destacar las respuestas que dio un grupo de estudiantes de último año de enseñanza media, reunidos en torno a un trabajo de preparación para el ingreso a la vida universitaria, frente a la pregunta ¿qué emociones son las que con mayor intensidad se presentan con frecuencia en tu entorno educativo e influyen en tu salud mental?, a partir de la cual estos jóvenes indican que la rabia, la frustración y el aburrimiento son aquellas que más les afectan en su día a día. Y que la alegría de lograr acuerdos y compartir actividades, basadas en el buen humor y la diversión, es lo que más les motiva y proporciona bienestar.
Al profundizar en las razones y causas que conllevan a estas respuestas, aparecen varias ideas que pueden darnos pistas del ambiente que se vive en diversos contextos educativos de nuestro país. En primer lugar, aparece la idea de que la capacidad de comunicarse y conversar sobre las diferencias que surgen entre las personas es notoriamente baja entre estudiantes, cuando se está bajo los efectos de la rabia y el enfado. Cada vez más se asume una actitud polarizada donde solo importa mi punto de vista y se desconoce u omite el que pueda tener la otra persona. De ahí que la escucha empática es una capacidad cada vez menos aplicada por nuestros grupos estudiantiles. Y como esto toma la forma de una cadena desafortunada de eventos, cuando las personas sienten que sus puntos de vista, opiniones y posiciones son ignorados, surge la frustración como segunda gran emoción que afecta la estabilidad mental de nuestros adolescentes. Se habla mucho, pero se escucha poco. Y quien gana es quien habla más fuerte, lo que parece ser una constante en nuestro funcionamiento social cotidiano.
Esta pérdida de un sentido comunicacional de escucha y acuerdo, según la percepción de los estudiantes, los lleva a perder la confianza y el interés en resolver por vías pacíficas los desacuerdos y conflictos, lo que deriva en un sentimiento de aburrimiento intenso debido a “el desinterés en los otros en las clases. Eso nos va separando y entonces ya no somos un grupo. Somos un montón de personas en una sala de clase, muy aisladas socialmente. No nos ponemos de acuerdo para nada”, según lo que relata uno de los participantes del programa.
Por el contrario, en aquellos casos en que comparten actividades donde hay posibilidad de consensos, reírse y “tirar la talla”, emergen lazos y vínculos que aportan positivamente a la percepción de apoyo para la mejora de la salud mental.
Desde esta comprensión básica de las experiencias relatadas por estudiantes que están próximos a continuar su proceso de formación, en preparación para la vida social y laboral adulta, es que nos queda la tarea de pensar mejoras educativas que aborden el desafío de que cuando se pierde la escucha, crece la rabia y el aburrimiento. Los jóvenes nos recuerdan así que el bienestar emocional nace del diálogo, la empatía y el humor compartido.